Aún recuerdo como si fuese hoy la tarde de aquel 15 de septiembre de 1993, fecha en la que asistí en el Colegio El Porvenir a la constitución del Consejo Evangélico de Madrid (CEM) “para promover la comunión cristiana y la unión de las Iglesias Evangélicas e instituciones de Confesionalidad protestante en la Comunidad de Madrid”. Era la conclusión de dos años de trabajo de una junta fundadora presidida por Jose Pablo Sánchez, que tuvo una gran acogida del liderazgo de las iglesias de Madrid, que abarrotaban el lugar.
Sorprendentemente para mí (y creo que para todos) fui elegido secretario ejecutivo. Eso supuso que iniciase las negociaciones entre el CEM y la Comunidad de Madrid (CM) con el gobierno que presidiera del socialista Joaquín Leguina.
Un arduo proceso que fue siempre apoyado por la Junta del CEM, pero que realicé casi en solitario y sacando tiempo de donde no lo tenía, ya que trabajaba como Jefe de Urgencias en el Hospital Clínico de Madrid.
Cuando estaba a punto de concluir el proceso se interrumpió por el cambio de gobierno, llegando a la presidencia de la CM el Partido Popular, que presidía Alberto Ruiz Gallardón. En contra de lo que es habitual, Gallardón asumió sin cambiar una tilde el convenio acordado, que se firmó el 17 de octubre de 1995 en la Primera Iglesia Bautista de Madrid en la calle General Lacy 18. Era el primer convenio marco que se firmaba en España entre el gobierno de una comunidad autónoma y los evangélicos; y para lo que fue decisivo el respaldo de Mariano Blázquez como secretario ejecutivo de FEREDE.
Este convenio marco ha servido para tener -y desarrollar en estos 30 años- una imagen digna y representativa ante las autoridades, pero también para trabajar y avanzar en temas de enorme importancia como evitar el cierre indiscriminado de templos, lograr subvenciones para ayudas sociales a través de Diaconía Madrid, ampliar el convenio marco a la asistencia religiosa en hospitales, conseguir subvenciones para actividades culturales, ayudas para la conservación del patrimonio protestante madrileño, y un largo etcétera.
No voy a extenderme en más aspectos históricos, ya que pueden encontrarlos en la web del CEM (https://ce-madrid.es/historia/), pero sí querría hacer un par de reflexiones mirando hacia atrás y pensando hacia adelante
La primera, que el CEM ha sido una herramienta fundamental en las relaciones con la sociedad madrileña, especialmente su clase política. Ha sido una labor que se ha mantenido con vitalidad a lo largo de todos sus años de existencia, y que se debe agradecer fundamentalmente -aunque no únicamente- a quienes han sido sus secretarios ejecutivos (Máximo García y Manuel Cerezo, además de mi persona). Me permitirán añadir a alguien que realizó un esfuerzo enorme en cantidad y calidad (aunque me consta que me dejo a otros muchos, disculpas adelantadas). Desde la Consejería de Cultura, Manuel García Lafuente impulsó eventos de gran trascendencia que ayudaron a expresar la identidad y cultura protestantes en múltiples actividades (Jornadas Culturales, publicaciones, conferencias públicas, encuentros deportivos, exposiciones, ayudas al patrimonio, etc.).
Sin embargo, en este aspecto, un objetivo que hasta la fecha no se ha logrado es una presencia realmente significativa y de forma continua ante el conjunto de la sociedad, sin duda en parte debido al desinterés por lo religioso de los medios de comunicación. Aunque ha habido avances puntuales relevantes en determinadas áreas (especialmente en la existencia de ayuda social, a personas en riesgo de exclusión, drogodependientes, inmigrantes, la trata de personas, etc.), pero siempre de forma más bien tangencial.
En esto influye no haber conseguido una de las metas marcadas desde su fundación: disponer de un espacio propio en la radio y televisión autonómicos. Ojalá que un día sea esto posible; es una deuda de la CM con el protestantismo español.
La segunda reflexión, que afecta por igual al conjunto de entidades representativas en España, es que el CEM es (y debe ser) una herramienta de servicio a una causa o ideal mayor. De la misma forma que en tiempos de Israel el culto judaico acabó adorando al templo de Dios en vez de al Dios del templo, siempre es un riesgo latente que las instituciones (también las seculares) acaben convirtiéndose en mayor o menor medida en un fin en sí mismas.
Esto exige un análisis y revisión continuos de quiénes somos y hacia dónde vamos, para lo que este aniversario es un buen momento. Relacionarnos con el poder político -como el profeta Daniel con el rey Darío- supone fidelidad ética y en nuestras responsabilidades ciudadanas, pero también la libertad de conciencia y expresión para desobedecer leyes que atenten contra principios básicos de nuestra fe.
En esta misma línea de reflexión, siendo el CEM la representación legal de los evangélicos ante el gobierno autonómico, no se debe olvidar que la única representación genuina de Dios es su Espíritu y su Palabra. De la fidelidad a estos depende la auténtica representatividad y autoridad, como ya ocurría en el Antiguo Testamento en el papel de reyes y profetas. Ni el poder legal o político, ni el abrogarse una representatividad supone que se ejerza un papel que realmente se corresponda con la auténtica voluntad de Dios, que es quien legitima y envía. Ruego que el CEM (y toda entidad evangélica) sea siempre fiel a su función y al sometimiento al Espíritu y la Palabra revelada de Dios.
Para finalizar, es motivo de gran regocijo poder celebrar este 30 aniversario de la fundación del CEM. Hay ya toda una trayectoria detrás, no sólo de logros, sino de personas comprometidas, de esfuerzos ímprobos, de pruebas y circunstancias de todo tipo que hubiesen hecho flaquear a muchos, pero que no doblegaron la voluntad y el corazón de quienes hemos formado la historia del CEM en estos tres decenios.
Dios quiera que dentro de 30 años puedan seguirse celebrando nuevas metas, y sobre todo que se mantengan los cimientos de la Sola Fe, Sola Gracia y Sola Escritura. Hasta aquí nos ayudó el Señor. Eben Ezer.
Pedro Tarquis Alfonso
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